Tarolas y balas, la vida de los músicos sinaloenses

Por: Olivia Guzón

Publicado en Música, Vídeos el Lunes 16 Julio 2018, 8:49 Am

En Mazatlán, cuando los comensales de los restaurantes de mariscos escuchan un “pipiripipipiripi” acompañado del ritmo de una tarola, guitarra y bajo quinto o sexto, saben de inmediato lo que significa: “es el pito de mi carrito que suena así”.

Y así con esa canción, “Mi Carrito”, entre risas y cervezas se anuncia la llegada del grupo norteño que viene a amenizar la comida: los famososchirrines.

En la Perla del Pacífico, en un famoso restaurante ubicado cerca del muelle y frente a lo que se conoce como la Puntilla, se presenta un grupo de más de 20 años de tradición. Se trata de “Los Traviesos”, un grupo norteño de cuatro integrantes que dan ritmo a la tarola, al bajo, el bajo quinto y, no podía faltar, el acordeón.

Aunque el término “chirrines” si bien es popular podría no ser el indicado de acuerdo con quienes desempeñan este tipo de arte musical.

“Para mi los chirrines esa palabra la conocí últimamente, tiene rato pero para mí se me hace un poco como si fuera alguien improvisado que toca un instrumento, así informal pues, así como ‘un chirrín’, como pa que le haga ahí ruido nomás”, explica Gildardo, de 49 años, quien toca el acordeón.

Y los Traviesos no son los únicos que lo consideran insultante, sus compañeros Los Jaguares de la Sierra tampoco concuerdan con el apodo.

“Realmente a los músicos, realmente no nos gusta que nos digan eso. Es como algo ‘chirris’, algo simple, algo sin chiste”, comenta Juan José, de 53 años, quien toca el bajo quinto para Los Jaguares de la Sierra.

“Así lo tomamos al menos la mayoría, porque cuando dicen músico norteño, músico de banda, o músico simplemente, se oye más respetable. Lo que pasa es que la gente no sabe y dice ‘Ahhchirrínchirrín’ pues ya se hizo costumbre y pues así nos quedamos ya”

Para Fidel, sean chirrines o no, Los Traviesos, se han convertido en su vida. Inició a sus 30 añoscuando era apenas un bailarín de danza folclórica en un restaurante y nada sabía de música, por lo que a puro oído y práctica fue aprendiendo hasta verse obligado a tomar el liderazgo de la agrupación cuando su hermano mayor enfermó del corazón, por lo que sólo quedaron él y su otro hermano Gildardo en el negocio familiar.

Su fusión de música norteña con ritmo rápido y un toque de comicidad han cautivado a los comensales de dicho restaurante al grado de volverse un evento fijo por los menos dos veces a la semana, mientras que el resto de los días se dedican a eventos privados o a “huipiar” como ellos llaman a ir de lugar en lugar en busca de unas monedas a cambio de canciones.

“Me gusta mi trabajo, me encanta mi trabajo, me pagan porque me sienta bien, me relajo, me desestreso, … y pensar que no sabía cantar ni tocar ni nada, la misma presión, digo pues el hambre también le hace que le muevas, porque me hacían el feo: ‘Que tú que no sirvespa nada’ y ahora ahhh verdad , mírenme cómo estoy”, comenta Fidel.

Pero aunque su fama los precede, no son los únicos dedicados a este oficio, un trabajo que puede parecer siempre divertido, pero como todo se topa con sus malas rachas.

“Hay veces de que no ganamos nada. Viene y de que pos no hay nadie, no hay nada aquí no hay nada allá y así se va uno; pero tiene uno la fe de que mañana puede venir y gana lo que no ganó ayer, lo repone hoy”, dice Santos con una sonrisa esperanzadora en su rostros. Él es miembro de Lo Traviesos desde hace apenas unos 6 meses, donde toca el bajo sexto.

Y es que lo que nadie dice de este trabajo es la humillación y faltas de respeto que a veces deben de aguantar de los comensales, quienes pasados de copas los contratan y luego se rehúsan a pagarles.

“Muchas de las veces hasta no le quieren pagar a uno, ya después de que se hizo el trabajo, les dices ‘No de que tantas canciones’, porque a veces tocamos por tiempo, pero a veces piden por canción y cuando van unas 15 o 20 canciones y aquel borrachito dice: ‘Eso es mentiras me ha tocado tres o me ha tocado cuatro’, y ahí tienes que batallar explicándole”, cuenta Santos, de 53 años, entre resignación y risas.

“Son detallitos de que tiene uno casi todo los días andando sobre este* trabajo sobre la música, sale uno de su casa sabidito a que va a batallar con los borrachos”.

Muchos menos se menciona el hecho de que, en ocasiones, sus principales clientes resultan miembros del crimen organizado, a lo que cuales acuden no sólo los Traviesos sino distintos grupos de música norteña o “chirrines”, muchas veces bajo engaño. Solo para darse cuenta una vez que llegaron al evento de que están “dentro de la boca del lobo”, donde sólo se puede salir vivo o muerto.

“Nos ha tocado de que a veces lo llevan a uno a tocar por dos tres horas y ‘ ahora no te vas, tú vas a tocar más’. Esas son las gentes malas de la gente anda así, lo hace a uno tocar a fuerzas y sí lo hace uno porque si no le dan pa abajo, lo matan”, dice Santos.

Ante la presión de las armas de fuego, no queda más que aguantar, que cumplir con su trabajo, afirman los músicos.

“Pues se aguanta uno ni modo que correr, pues nos va pior, tenemos que aguantar”, comenta haciendo caras graciosas Fidel, tratando de aligerar la conversación.

Sin embargo, cuando están ahí, rodeados de delincuentes armados, lejos de casa, no importa cuán concentrados procuren estar es normal que los nervios les ganen, y entonces no queda más que rezar, que encomendarse al Dios en el que cadaquien crea para pedirle salir con vida de dicha situación.

“Mentiras el música que te diga que no ha pasado, pss claro que ha pasado, pero de igual manera va uno a lo que va y muchas veces te hablan y no sabes a quien le vas a tocar. Entonces siempre vas con cierto temor de que no sabes a quién le vas a tocar, nos encomendamos a Dios principalmente”, dice Juan Fermín, de 34 años, quien toca la tarola para Los Jaguares de la Sierra.

La mayoría de la veces logran salir ilesos, pero en ocasiones han sido testigos de asesinatos y secuelas de balazos, algo que va mucho más allá de su contrato, pero que no tienen más remedio que aguantar con los ojos y labios cerrados: ellos ahí no vieron nada.

Este es el caso de Martín, de 50 años, quien ahora toca el bajo con Los Traviesos, pero recuerda su época de músico joven cuando viajaba con distintos grupos por la sierra a amenizar bailes que más de una vez terminaban siendo festejos de delincuentes.

Y aunque a la mayoría no le guste tocar narcocorridos “el que paga: manda”.

“Estábamos tocando y llegó un muchacho diciendo: ‘Ey tócame el corrido de Los Dos Plebes’, porque andaba de moda ese corrido y empezamos a tocarlo y en eso que empezamos a oír los balazos ‘PAS, PAS, PAS’, explicó entre risas nerviosas, tal vez como una forma de defenderse de las imágenes que le quedaron grabadas.

“Volteamos para un lado y ya estaba, ya cuando vimos llevaban a uno allá balaceado y ahí se paró el baile. Se terminó. La misma persona que nos pidió el corrido, sacó cortó cartucho y empezó a tirar, a tirarle al que le iba a matar”.

Ante una situación así uno pensaría que la reacción natural es correr, agacharse, esconderse, huir, pero no. Entre los músicos existe un código y éste implica que ellos no dejan de tocar hasta que se les solicite, pues han aprendido que ésta es la mejor forma de salvar sus vida: “correr no es una opción”

“Nosotros seguimos tocando, oíamos los balazos “TAS, TAS” y yo volteé así para un lado y vi que se cayó al que mataron y dije pues ya hay que terminar la canción es para allá que al cabo. Y ya terminó la canción y se lo llevaron cargando”, agregó Martín.

En otros casos algunos no han corrido con tanta suerte y han salido heridos, aunque no de gravedad antes esos enfrentamientos.

“Hubo una ocasión una vez, me tocó porque estaba más plebillo, fuimos a una chamba y me acuerdo que tiraron, y yo creo que unas cenicitas del fuego que tiran los cuernos me caían aquí (en el oído) y esa sí, no es porque me haiga dado miedo, simplemente que me quemó todo aquí donde se puso a un lado de mi el chavito a tirar”, cuenta Juan Fermín, recordando sus inicios en este negocio.

Por si fuera poco el tener que lidiar con borrachos y delincuentes la cosa se pone aún más pesada cuando le agregas los vicios o tentaciones del mundo de la música. Así es, no necesitas ser estrella de rock para tener a tu alcance cantidades ilimitadas de alcohol y mujeres oportunistas que busquen una que otra copa gratis a cambio de su compañía.

“Este es un buen trabajo y sí le alcanza para todo, no digo que para vivir acá pero para vivir modestamente sí puede uno vivir”, comenta Fidel. “Lo único es que habemos muchos compañeros que somos bien pipas y ahí es donde… ‘Arrimen mujeres pa acá y yo invito, o yo traigo’, porque ese día te fue bien y ya no sabemos decir no”,

“Yo fui uno de los que no hacía eso, tuve mucho trabajo y todo lo tiraba porque decía mañana agarro otro costal y hasta que llega uno de grande y dice ‘Ay hijo de la chingada, tanto tiempo que desperdicié, tanto que tiré’.

Al parecer el alcoholismo es otro de los males que acecha el trabajo del músico norteño que acude de restaurante en restaurante “huipiando”, como ellos lo llaman, pues usualmente son las personas en estado de ebriedad quienes mejor pagan sus servicios y ya entrada la fiesta esto implica ofrecerles “una cubetitas” a los músicos también.

“Es que de hecho casi a todos los músicos nos gusta la cerveza, yo digo que es raro que haiga un músico que no le guste la cerveza. Luego luego como decimos: la cerveza y las mujeres”, explica Santos entre risas.

“Aquí el que quiere agarra la borrachera. Este jale es muy apropiado para eso porque casi no la compra uno pues”.

Sin embargo, para aquellos que verdaderamente llegaron a tocar fondo en el alcohol, éste se ha convertido en un mal que evitar, y desde entonces la cabeza está 100 por ciento en el juego: entretener a la gente, pasar un buen momento y salir con vida cundo la situación se pone complicada.

“Es un albur que uno se anda jugando. De ahí puede salir vivo o puede salir muerto de ahí”, dice Santos en tono serio. “Ni modo como dice el dicho ‘Sale uno de su casa y no sabe si va a volver’”

“ Así es la cosa”

La Urbe

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