A lo lejos el silbido del tren anuncia su partida. A los lados de la vía, escondidos entre árboles un pequeño grupo de migrantes espera la señal.
Un silbido, dos silbidos, tres silbidos… allá, y en ese momento, justo antes de que agarre mayor velocidad, desde las laderas corren algunos valientes, con plegarias en sus corazones y un sueño fijo en su mente: llegar a Estados a Unidos.
Así es como miles de migrantes se trepan de manera diaria a la red de ferrocarriles de carga que atraviesan la ruta conocida como La Bestia, que va de la frontera sur a la frontera norte de México.
“Por falta de trabajo, por falta de recursos económicos, por eso viene uno en estos caminos sufriendo y todo para ver si logra llegar a donde uno quiere”, dice Freddy Cruz Cortés, de 30 años, proveniente de Honduras mientras se refugia unos días en la Parroquia de San Francisco de Asís, en Mazatlán, Sinaloa, con destino hacia Mexicali donde intentará cruzar después la frontera norte.
Si bien los mexicanos solemos quejarnos del trato que reciben los migrantes compatriotas en la frontera norte, atravesar el País para los migrantes centroamericanos es igual o tal vez hasta más peligroso.
“Venimos arriesgándonos, más que todo en el tren. Arriesgando a que se suba gente delincuente, que nos hagan algo arriba o lo tiren. O sea ahí sólo va uno en las manos de Dios”, comenta Saúl Alfredo Martínez, de 36 años, proveniente de El Salvador.
“Aguantando hambre, aguantando frío. Pero como uno quiere llegar a su destino que es Estados Unidos pues uno viene con ese sueño. Viene con una mentalidad de lograr pasar al norte y este como le digo seguir delante, salir de todo, cómo le digo, salir de toda pobreza”.
Lo más peligroso, afirman algunos migrantes entrevistados, es subirse al tren por primera vez, pues hay hacerlo en el momento adecuado, justo cuando va aún a una velocidad baja, y con mucha determinación.
“Uno en el trayecto del camino, pues sí escucha varias historias”, dice Geovanni González, de 24 años, proveniente de Honduras. “Personas que se han caído del tren, que se han caído, los ha partido y han quedado sin sus pieses, que quizás mientras los están asaltando los matan, y así varias historias”.
Para Saúl Alfredo, las historias se volvieron realidad cuando vio con sus propios ojos como un compañero era aplastado por el tren.
“Hubo un compañero, no se logró agarrar, cayó y el riel lo partió en dos. Es feo ver eso. Yo me quedé traumado”, expresó con angustia de sólo recordar aquella cruda imagen.
Además, en el trayecto suelen pasar hambre, sed y frío, pues viajan expuestos a la intemperie.
“En veces cuando el tren corre día y noche pues aguanta hambre, sed, porque en veces no para. Y uno pues para venir avanzando más el camino pues no se baja, se espera a dónde se estacione, ahí uno ya se baja a comprar algo”, comenta Freddy.
Por si eso fuera poco, los migrantes tienen que enfrentarse a grupos de delincuentes que, en su trayecto, aprovechan su vulnerabilidad para despojarlos de sus pocas posesiones.
“Hay bastante gente que sí le hace miedo a uno. Por ejemplo le dicen que aquí hay bastante que a uno lo asaltan, sí siempre hay de esas personas, en todo lugar hay de esas personas”, comenta Nórin Rolando Alemán, de 40 años, proveniente de Honduras.
“Por ejemplo el día que yo venía, que yo llegué aquí (a Mazatlán), nombre aquí me robaron una maleta aquí a mí. Es lo normal, nosotros lo hayamos como normal así como allá en Honduras también”.
De acuerdo con Lorenzo Salomón Cárdenas, voluntario en el comedor de la Parroquia de San Francisco de Asís, donde brindan apoyo médico, de alimento y vestimenta a los migrantes, alrededor de tres de cada siete migrantes son asaltados en Sinaloa.
“Penosamente me lo quitaron, me quedé sin dinero, sin celular, pero gracias a Dios que no me hicieron nada. Eso las cosas materiales vienen y van”, dijo Saúl Alfredo, a quien también asaltaron en el camino.
De hecho, es precisamente ese mismo miedo que sienten los migrantes ante la posibilidad de caer en manos de grupos de delincuentes lo que en ocasiones evita que grupos de voluntarios, como el de parroquia pueda ayudarlos.
“Las familias que vienen ya conocen toda esa familia aquí en Sinaloa, y sobre todo en México, de la desaparición, robo de menores, sobre tráfico de niños o la trata de personas”, explica Lorenzo.
“Entonces no se quieren mover de las vías, traen como pueden una tabla o una piedra para poder defenderse, proteger, y van en grupos pequeños. Eso dificulta que los apoyemos, porque se esconden”.
La realidad es que el camino es difícil, muy difícil, pero contrario a lo que la mayoría podría creer, muchos de los migrantes no buscan llegar a Estados Unidos para quedarse, sino sólo para ahorrar lo suficiente un par de años, poder enviar dinero a sus familias en sus países natales, y eventualmente, regresar a casa.
“No es para toda la vida, estamos hablando si cruzamos nomás unos tres, cinco años nomás y nos devolvemos”, dijo Geovanni.
“Lo hacemos por la familia, por un futuro mejor, tener en un futuro algo que ofrecerles, ya que en nuestro país casi no hay oportunidades”.
Si bien la mayoría de los entrevistas concuerda en que los mexicanos suelen ser personas agradables que han demostrado tenderles la mano en el camino, también saben que debido a la entrada de la reciente caravana migrante, hay quienes no están de acuerdo con su paso por el País.
“Hay personas que quizá les molesta el paso de nosotros por su país, y de hecho si hubiera otra ruta alterna no lo haríamos, la verdad de las cosas es que estamos obligados a cruzar su país”, comenta Geovanni, de Honduras.
“Pero no somos personas de mal, somos de bien, que nomás buscamos una oportunidad, una oportunidad de trabajo para mejorar las cuestiones de vida”.
Para ellos no importa el peligro ni los riesgos, ellos están decididos a continuar y para ello, no queda más que encomendarse a Dios.
“Este camino así es y nomás hay que entregarles las cosas a Dios, pidiéndole a Dios que no va a pasar nada, que todo va a salir bien”, comenta Freddy con convicción.
Y así, al día siguiente, cuando pase el tren, todos ellos partirán.