¿Te imaginas vivir literalmente como perro o gatos, andar en cuatro patas, lamer tus palmas, comer sin usar las manos y hasta ir al baño como ellos?
Está bien que los humanos seamos considerados parte del reino animal por nuestras características biológicas mamíferas, pero de eso a querer ser un animal es algo completamente diferente.
Por más loco que parezca existen personas que no quieren ser consideradas personas, que desean renunciar a su condición humana y se identifican con una especie animal, usualmente perros, gatos y caballos, pero la lista puede ser tan extensa como el número de especies animales en el planeta.
¿Cómo es esto posible? ¿Por qué lo hacen? ¿Se trata de algún trastorno mental? Estas son algunas de las preguntas que los homo sapiens nos hacemos cuando leemos sobre personas que se sienten gatos o que disfrutan de vivir como perros o caballos.
Y es que para empezar se trata de dos cosas completamente diferentes, pues una cosa es “sentirte parte de otra especie” y otra muy diferente “querer serlo”. Esa es la delgada línea que divide a la comunidad transespecie de los aficionados al “pet play” (juego de mascotas).
Los primeros son casos de individuos que no se sienten identificados como humanos sino que se consideran a sí mismos parte de otra especie, pues sienten que nacieron en el cuerpo equivocado, tal y como las personas transgénero que se identifican con un género diferente al del cuerpo que poseen. Mientras que los segundos lo ven como una forma de BDSM (Bondage Disciplina Sado Masoquismo); es decir que lo consideran una práctica placentera y hasta sexual que llevan a cabo en su tiempo libre.
Pocos son los casos documentados de individuos transespecie, muchas veces suelen confundirlos con aquellos que llevan a cabo transformaciones en su cuerpo para lucir como un animal por cierto grado de admiración, ya que en su mayoría se tratan de personas que incursionan en el mundo de entretenimiento “freak” como Erik Sprague, mejor conocido como “El hombre lagarto”, o Dennis Avner, conocido por su nombre artístico Stalking Cat, lo cual es curioso pues en realidad no buscaba parecerse simplemente a un felino sino específicamente en una tigresa.
Curiosamente la mayoría de los transespecie no llegan a los extremos de la cirugía, ya que su conexión animal es interna y por lo tanto desean únicamente comportarse como su verdadero ser. Eso sí, acuden comúnmente a disfraces y accesorios para adornar su cuerpo humano, pero no lo venden como un acto ni buscan la atención de los demás (aunque es inevitable pasar desapercibido mientras te “lames las patas” de manera gatuna o te rascas perrunamente con la lengua de fuera).
Recientemente el caso más documentado ha sido el de Nano, una chica de Noruega quien a los 16 años identificó que ella en realidad era un gato y ahora, ya con 20 años, lleva una vida repleta de gestos gatunos y se declara oficialmente transespecie.
Por otro lado, aquellos que gustan del “pet play” tienden a ir aún más al extremo con sus accesorios y disfraces, los cuales en su mayoría son de cuero o latex. Para ellos, actuar como algún animal es parte de un juego que se lleva a cabo con su “amo” a través del cual siente placer al ser dominado y rendirse a impulsos animales.
Las personas que practican “pet play” suelen llevar una vida completamente normal o funcional en sus trabajos y reservan su tiempo libre y la intimidad para llevar a cabo actividades como salir a pasear con correa, jugar con juguetes para animales, comer alimento que simula croquetas o el tipo de comida que disfruta su especie, dormir en jaulas y sobre todo, realizar prácticas sexuales bajo el dominio de sus amos.
¿Cómo saber cuándo es un juego y cuándo un asunto de identidad? Sólo aquellos que se sienten incómodos parados en dos piernas y no disfrutan del uso de su pulgar pueden saberlo; mientras tanto a nosotros los humanos no nos queda nada más que observar sin juzgar, al final de cuentas es su vida y no la nuestra. ¡Meow!